TEMPLO DEL CIELO, Altar Del Cielo Primera Parte
Al entrar por la puerta llamada Zhaoheng, te encontrarás en una gran plaza rodeada por una pared cuadrada baja y luego otra redonda, que representan la tierra y el cielo, en cuyo centro puedes ver el Altar Circular. Es el altar del templo propiamente dicho, y como puedes ver es una plataforma circular con tres niveles de mármol y barandillas decoradas con dragones lujosamente esculpidos.
Lo mandó construir el emperador Jiajing de la dinastía Ming en 1530, y el emperador Qianlong de la dinastía Qing lo amplió en 1749.
La terraza se cubrió inicialmente con cristaleras de color azul intenso rodeadas por una balaustrada de mármol blanco. Tiene una circunferencia de 534 metros y una altura de poco más de cinco.
El altar se usaba especialmente para ceremonias en las que se invocaba la lluvia en tiempos de sequía. Durante las dinastías Ming y Qing, de 1368 a 1911, los emperadores ofrecían animales al Cielo como sacrificio, sobre todo toros, en el día del Solsticio de Invierno.
Toda la arquitectura del altar se basa en el número 9 y sus múltiplos. En la cultura china los números impares son positivos y los pares negativos. El 9 es el mayor número impar de un solo dígito, y se considera «el bien máximo». Además, este número representa al dragón chino, y el dragón simboliza al emperador.
Si cuentas los pilares, descubrirás que son múltiplos de nueve y las piedras que cubren las paredes son 360, es decir, 40 veces 9, como los grados que recuerdan una vez más al círculo y, por lo tanto, la esfericidad de la bóveda celeste.
En el centro de la terraza superior se encuentra la Piedra del Corazón del Cielo que, como verás, está rodeada de azulejos dispuestos concéntricamente: 9 en el primer círculo, luego 18, y así sucesivamente hasta el noveno círculo, que tiene 81.
Curiosidad: si subes a la Piedra del Corazón y hablas, notarás que tu voz se amplifica. El efecto se creó a propósito y se debe al extremo lijado de las paredes y del suelo del altar, que hace que las ondas sonoras se propaguen en tan solo siete centésimas de segundo a las balaustradas de piedra, creando un eco. Esto servía para facilitar que la voz del emperador y de los monjes llegara al cielo con facilidad durante las oraciones.