PRADO, Planta Noble
Idioma: español
En la primera planta encontrarás la parte más espectacular del Prado, iluminada por claraboyas en los techos de las salas.
En la gran galería central puedes darte un festín de pintura italiana del siglo XVI y de obras maestras del siglo de oro del arte español. Pero la más importante de todas, la verdadera pintura-símbolo del museo, son las Meninas de Velázquez, el retrato de grupo de la familia del rey Felipe IV.
Pero no le va a la zaga la grandiosa serie de obras de Rubens. El formidable pintor flamenco de principios del siglo XVII es tanto el heredero declarado de la pintura del Renacimiento italiano como el pintor preferido de los soberanos de la Europa barroca, incluidos naturalmente los reyes de España.
Estas salas son las más grandiosas del Prado, prepárate para unos fuegos artificiales de colores, acción, personajes y una serie de obras de gran formato, temas solemnes y composiciones de gran alcance. Aunque podemos distinguir entre maestros italianos, españoles o flamencos, aquí las obras de Tiziano y El Greco, Caravaggio y Rubens, Carracci y Velázquez, se combinan en una concatenación única de obras maestras memorables.
Probablemente eso es lo que más apreciarás del Prado: es un gran museo tradicional, de los de toda la vida, con pocas concesiones a los gustos "modernos". De hecho, si hay una cosa que te aconsejo que tengas en cuenta mientras visitas estas salas, es que el Prado es guardián y testigo de un verdadero arte "europeo", que florece entre los siglos XVI y XVII: una maravillosa carrera de relevos en la que el testigo del gran arte internacional va de Venecia a Madrid a través de las colecciones de los reyes de España.
CURIOSIDAD: en el retrato de la reina Margarita pintado por Velázquez, presta atención, porque puedes ver importantísimas piezas de orfebrería: el diamante Estanque y la perla llamada Peregrina. Esta última, encontrada en Panamá en el siglo XVI, está considerada como una de las joyas más preciosas de la historia de Europa, y fue llevada por Elizabeth Taylor, después de que su marido Richard Burton se la regalase en 1969.
