MUSEO METROPOLITANO DE ARTE, Aristóteles Contempla El Busto De Homero Rembrandt

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La colección de cuadros holandeses del siglo XVII es una de las joyas de la corona del Museo Metropolitano; de hecho, se encuentra entre las más valiosas del mundo, gracias a nada más y nada menos que cinco obras de Vermeer y de algunas conmovedoras obras maestras de Rembrandt. Este lienzo es realmente excepcional, tanto por su intensidad como por su originalidad. Rembrandt lo pintó en 1653 para un cliente italiano, el caballero de Mesina Antonio Ruffo, cuyo deseo era coleccionar una serie de retratos idealizados de hombres ilustres de la antigüedad.

El tema solicitado representa una docta cultura clásica: el filósofo griego Aristóteles observa el busto del poeta Homero, que vivió siglos antes que el filósofo. En lugar de representar una recreación histórica culta, Rembrandt prefiere arrastrarnos a un vórtice sentimental de recuerdos y presencias. En una penumbra apenas alcanzada por una tenue luz, el bigotudo Aristóteles no va vestido con una túnica al estilo griego, sino que lleva un extraño vestido blanco y negro de aspecto vagamente exótico, atípico para su época, completado con una vistosa cadena de oro con varias vueltas. Bajo el ala del sombrero de terciopelo destaca un rostro cargado de experiencia y de gratitud, una mirada emocionada y, al mismo tiempo, viril. La mano acaricia el busto del poeta clásico. Como si se despertara gracias a esta tímida pero intensa caricia, el mármol se calienta, coge color, vuelve a la vida. Hoy, contemplamos un cuadro del siglo XVII que representa a un filósofo que vivió hace dos mil años y que, a su vez, dialoga con un poeta que vivió 500 años antes que él. Y todos estamos presentes al mismo tiempo: Rembrandt, Aristóteles, Homero y nosotros mismos, unidos por la misma naturaleza humana, que no entiende de épocas ni de generaciones.

En la época en la que se pintó el cuadro, Rembrandt había entrado en una parábola descendente que, en unos pocos años, lo llevó a una triste quiebra económica, con el consiguiente embargo y subasta de todos sus bienes. Por otra parte, su estilo ya era completamente libre, desvinculado de las modas: cada vez más espeso, el pintor holandés usaba los dedos, además del pincel. En este lienzo se aprecian con claridad los trazos y los grumos del color.

 

 

Curiosidad: entusiasmado con esta obra maestra, el coleccionista de Mesina enseguida le encargó a Rembrandt otros dos cuadros. Sin embargo, el caballero quedó muy desilusionado con las obras recibidas, hasta el punto de devolver a Ámsterdam una de ellas.

 

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