PALACIO REAL DE CASERTA, Interior
Accediendo a través de la fachada principal, la entrada te introduce en el inmenso atrio que recorre todo el palacio abriéndose a los patios interiores; exactamente en el centro encontrarás el vestíbulo octogonal del cual parte el monumental cuerpo de la escalera de honor.
El vestíbulo y la escalinata son las verdaderas joyas arquitectónicas del Palacio Real. El vestíbulo, enlace entre los cuatro patios, es el centro de todo el edificio; la escalinata, por su parte, es un espectáculo de estilo y funcionalidad. Los tramos están decorados con estatuas de leones, y sobre uno de ellos se sienta la estatua del rey Carlos de Borbón, en la hornacina central. A su alrededor puedes ver esculturas dieciochescas que se alternan con estatuas procedentes de las excavaciones de las antiguas ciudades sepultadas por el Vesubio.
Dos tramos te conducen hasta el vestíbulo inferior y un único tramo central te lleva hasta el superior, frente a la Capilla Palatina, con tribuna reservada para el rey: esta es la parte del palacio más claramente inspirada en el palacio real de Versalles.
Los aposentos reales, compuestos por el salón de los Alabarderos, el salón de las Guardias y el salón de Alejandro, que se corresponde con el centro de la fachada principal, se construyeron bajo la dirección de Carlo Vanvitelli, hijo del primer arquitecto, y no se finalizaron hasta el siglo XIX. Para pintar los frescos de las salas y decorarlas con mármoles y estucos se llamó a los mejores artistas del reino.
Los aposentos reales incluyen docenas de salas, todas decoradas y amuebladas en el estilo en boga entre los siglos XVIII y XIX. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Palacio Real fue modificado, aunque también dañado, para su uso como sede del mando aliado, se necesitaron varias décadas para restaurarlo y reabrirlo al público.
En la actualidad el recorrido te sorprenderá por su riqueza y armonía. Quedarás fascinado por las vistas dieciochescas de los puertos del reino napolitano, obra de un gran paisajista alemán; pero también por el fantástico belén con cerca de 1.200 estatuillas, así como por el dormitorio de Fernando II, el último rey borbónico, que murió en 1859 a causa de una enfermedad contagiosa, después de lo cual se quemaron todos los muebles de la habitación.
Aquel fuego resultó profético: un año después, Garibaldi entraba en el Palacio Real, entregando el monumento y todo el reino de Nápoles a Víctor Manuel de Saboya.
CURIOSIDAD: en la simbólica "primera piedra" del Palacio Real hay grabada una inscripción que dice: "El palacio y la estirpe de los Borbones durarán mientras esta piedra no vuele hacia el cielo con su propia fuerza". Al parecer, ¡no todas las profecías se cumplen!